Bookmark and Share
Dictador
Un místico está motivado por la necesidad de impresionar, de engañar, de adular, de mentir, de forzar la omnipotente consciencia de otros. "Ellos" son su única clave a la realidad, él siente que no puede existir salvo dominando el misterioso poder de los demás y extorsionando su inexplicable consentimiento. "Ellos" son su único medio de percepción y, como un ciego que depende de la vista de un perro, siente que tiene que amarrarlos para poder vivir. Controlar la consciencia de otros se torna su única pasión; la ambición por el poder es un hierbajo que sólo crece en las desérticas parcelas de una mente abandonada.

Todo dictador es un místico, y todo místico es un dictador en potencia. El místico anhela la obediencia de los hombres, no su acuerdo. Quiere que ellos rindan su consciencia a las afirmaciones, los edictos, los deseos, los caprichos de él – igual que la consciencia de él se ha rendido a la de ellos. Quiere relacionarse con los hombres por medio de la fe y la fuerza – no encuentra satisfacción en el consentimiento de los demás si tiene que ganárselo por medio de hechos y de razón. La razón es el enemigo al que teme y a la vez considera precario: la razón, para él, es una forma de engañar; él siente que los hombres poseen algún poder más potente que la razón, y sólo el que los demás le crean sin causa o su obediencia forzada pueden darle a él una sensación de seguridad, una prueba de que ha conseguido control de ese don místico que le faltaba. Su ansia es mandar, no convencer: la convicción requiere un acto de independencia y descansa en el absoluto de una realidad objetiva. Lo que él busca es poder sobre la realidad y sobre los medios de los hombres de percibirla, la mente de los demás, el poder de interponer su voluntad entre existencia y consciencia, como si, al aceptar falsear la realidad que él les manda falsear, los hombres pudiesen, de hecho, crearla.

- - -

Destrucción es el único fin que el credo de los místicos ha conseguido alcanzar en el pasado, así como el único fin que ves que están consiguiendo hoy, y si las calamidades provocadas por sus actos no les han hecho cuestionar sus doctrinas, si profesan estar motivados por amor sin amilanarse ante montañas de cadáveres humanos, es porque la verdad acerca de sus almas es aún peor que la obscena excusa que tú les has permitido: la excusa de que el fin justifica los medios y que los horrores que practican son medios para fines más nobles. La verdad es que esos horrores son sus fines.

Tú, que eres tan depravado para creer que puedes adaptarte a la dictadura de un místico y que podrías complacerlo obedeciendo sus órdenes – no hay forma de complacerlo; cuando le obedeces cambiará sus órdenes; él busca la obediencia por la obediencia y la destrucción por la destrucción. Tú, que eres tan pusilánime para creer que puedes llegar a un acuerdo con un místico cediendo a sus extorsiones – no hay forma de sobornarlo, el soborno que quiere es tu vida, tan despacio o tan aprisa como estés dispuesto a entregarla – y el monstruo que él intenta sobornar es la oculta evasión en su mente que le lleva a matar para no percatarse de que la muerte que él desea es la suya propia.

- - -

Quizás la actitud más cobarde de todas es la expresada por el precepto: "no estés seguro". Como indican explícitamente muchos intelectuales, es la sugerencia de que si nadie está seguro de nada, si nadie mantiene convicciones firmes, si todo el mundo está dispuesto a ceder a los demás, entonces ningún dictador se elevará de entre nosotros y así escaparemos de la destrucción que asolará al resto del mundo. Esta es la voz secreta del Hechicero confesando que él ve a un dictador, a un Atila, como un hombre fuerte y seguro de sí mismo y con convicciones inquebrantables. Sólo un pánico psico-epistemológico puede estar cegando a los intelectuales al hecho de que un dictador, como cualquier matón, se va corriendo a la primera señal de confianza y resistencia; que él puede surgir solamente en una sociedad hecha precisamente de tolerantes inseguros, moldeables y adaptables como los que ellos predican, una sociedad que invita a un matón a hacerse cargo; y que la tarea de ponerle resistencia a un Atila puede ser lograda sólo por hombres de convicciones intransigentes y de certeza moral.

 - - -

Es un grave error asumir que una dictadura rige a un país por medio de leyes estrictas y rígidas que son obedecidas y ejecutadas con precisión rigurosa y militar. Tal norma sería malvada, pero casi soportable; los hombres podrían soportar las decretos más duros, siempre que estos decretos fueran conocidos, específicos y estables; no es lo conocido lo que quebranta los espíritus de los hombres, sino lo impredecible. Una dictadura tiene que ser caprichosa; tiene que gobernar por medio de lo inesperado, lo incomprensible, lo absurdamente irracional; tiene que tratar no con la muerte, sino con la muerte súbita; un estado de inseguridad crónica es lo que los hombres son psicológicamente incapaces de soportar.

"Discurso de Galt",
For the New Intellectual
"For the New Intellectual", For the New Intellectual
“Antitrust: The Rule of Unreason,” The Voice of Reason



GLOSARIO