Filosofía: Quién La Necesita



Como soy una escritora de ficción, comencemos con una breve historia. Suponte que eres un astronauta cuya nave pierde el control y se estrella en un planeta desconocido. Al recuperar la consciencia y ver que no estás herido de gravedad, las tres primeras preguntas que te vendrán a la mente serían: ¿Dónde estoy? ¿Cómo puedo descubrirlo? ¿Qué debo hacer?

Afuera ves vegetación que te resulta poco familiar, y hay aire para respirar; la luz del sol te parece más pálida de lo que recuerdas, y más fría. Te vuelves a mirar hacia el cielo, pero paras. Te invade una sensación repentina: si no miras, no tendrás que saber que estás, quizás, demasiado lejos de la tierra y que no hay retorno posible; mientras dejes de saberlo, eres libre de creer lo que desees – y sientes una cierta esperanza indefinida, agradable, y algo culpable.

Te diriges a tus instrumentos: puede ser que estén dañados, no sabes hasta qué punto. Pero te detienes, sacudido por un temor repentino: ¿cómo puedes confiar en esos instrumentos? ¿Cómo puedes estar seguro de que no te van a engañar? ¿Cómo puedes saber si funcionan en un mundo diferente? Te apartas de los instrumentos.

Ahora empiezas a preguntarte por qué no tienes ganas de hacer nada. Parece mucho más seguro esperar simplemente a que algo ocurra, de alguna forma; es mejor, te dices a ti mismo, no hacer olas y evitar que la nave se vaya a pique. A lo lejos, ves una especie de seres vivos acercándose; no sabes si son humanos, pero andan sobre dos pies. Ellos, decides, te dirán lo que hacer.


Nunca más se sabe de ti.

¿Eso es fantasía, dices? ¿Tú no actuarías así, y ningún otro astronauta jamás lo haría? Tal vez no. Pero esa es la forma en que la mayoría de los hombres viven sus vidas, aquí, en la tierra.

La mayoría de los hombres pasa sus días procurando evadir tres preguntas, cuyas respuestas son la base de cada pensamiento, sentimiento y acción del hombre, sea consciente de ello o no: ¿Dónde estoy? ¿Cómo lo sé? ¿Qué debo hacer?

Desde que tienen edad suficiente para entender estas preguntas, los hombres creen que saben las respuestas. ¿Dónde estoy? Digamos, en Nueva York. ¿Cómo lo sé? Es obvio. ¿Qué debo hacer? En este punto no están tan seguros – pero la respuesta habitual es: lo que haga todo el mundo. El único problema parece ser que no son muy activos, no tienen mucha confianza en sí mismos, no son muy felices – y sienten a veces un miedo infundado y una culpa indefinible que no pueden ni explicar ni erradicar.

Ellos nunca han descubierto el hecho de que el problema proviene de las tres preguntas sin respuesta – y que sólo hay una ciencia que las puede responder: la filosofía.

La filosofía estudia la naturaleza fundamental de la existencia, del hombre, y de la relación del hombre a la existencia. Contrariamente a las ciencias especiales, que tratan sólo de aspectos particulares, la filosofía trata de aquellos aspectos del universo que tienen que ver con todo lo que existe. En la esfera de la cognición, las ciencias particulares son los árboles, pero la filosofía es el suelo sobre el que crece el bosque.


La filosofía no te dirá, por ejemplo, si estás en Nueva York o en Zanzíbar (aunque te daría los medios para averiguarlo). Pero esto es lo que te dirá: ¿Estás en un universo gobernado por leyes naturales y, por lo tanto, estable, firme, absoluto – y conocible? ¿O estás en un caos incomprensible, un reino de milagros inexplicables, un flujo impredecible e imprevisible, que tu mente es impotente para captar? ¿Las cosas que ves a tu alrededor, son reales – o son sólo una ilusión? ¿Existen independientemente de cualquier observador – o son creadas por el observador? ¿Son el objeto o el sujeto de la consciencia del hombre? ¿Son lo que son – o pueden ser modificadas por un mero acto de tu consciencia, tal como un deseo?

La naturaleza de tus acciones – y de tu ambición – será diferente, según el conjunto de respuestas que aceptes. Estas respuestas pertenecen al ámbito de la metafísica – el estudio de la existencia como tal o, en palabras de Aristóteles, del "ser cual ser" –, la rama básica de la filosofía.

Sean cuales sean las conclusiones a que llegues, te verás obligado a responder a otra pregunta corolaria: ¿Cómo lo sé? Dado que el hombre no es omnisciente ni infalible, tienes que descubrir qué puedes considerar conocimiento y cómo puedes demostrar la validez de tus conclusiones. ¿El hombre adquiere conocimiento mediante un proceso de razón – o por revelación instantánea de un poder sobrenatural? ¿Es la razón una facultad que identifica e integra el material provisto por los sentidos del hombre – o se alimenta de ideas innatas, implantadas en la mente del hombre antes de nacer? ¿Es la razón competente para percibir la realidad – o posee el hombre alguna otra facultad cognitiva superior a la razón? ¿Puede el hombre llegar a tener certeza – o está condenado a la duda perpetua?

El grado de confianza en ti mismo – y de tu éxito – será diferente según el conjunto de respuestas que aceptes. Estas respuestas pertenecen al ámbito de la epistemología, la teoría del conocimiento, que estudia los medios de conocimiento del hombre.


Estas dos ramas constituyen el fundamento teórico de la filosofía. La tercera rama – la ética – puede ser considerada como su tecnología. La ética no se aplica a todo lo que existe, sólo al hombre, pero se aplica a todos los aspectos de la vida del hombre: su carácter, sus acciones, sus valores, su relación con toda la existencia. La ética, o moralidad, define un código de valores para guiar las decisiones y las acciones del hombre – las decisiones y acciones que determinan el curso de su vida.

Así como el astronauta de mi historia no supo qué hacer, porque se negó a saber dónde estaba y cómo descubrirlo, tú tampoco puedes saber lo que debes hacer hasta que conozcas la naturaleza del universo con el que estás tratando, la naturaleza de tus medios de conocimiento – y tu propia naturaleza. Antes de llegar a la ética, tienes que responder a las preguntas formuladas por la metafísica y la epistemología: ¿Es el hombre un ser racional, capaz de lidiar con la realidad – o es un impotente ciego incapaz, una mota de polvo zarandeada por el vaivén universal? ¿Son posibles el triunfo y el disfrute para el hombre en la tierra – o está condenado al fracaso y a la desgracia? Dependiendo de las respuestas, puedes proceder a examinar las cuestiones planteadas por la ética: ¿Qué es bueno o malo para el hombre – y por qué? ¿Debe ser la principal preocupación del hombre buscar la felicidad – o escapar del sufrimiento? ¿Debe el hombre considerar la auto-realización – o la auto-destrucción – como el objetivo de su vida? ¿Debe el hombre perseguir sus valores – o debe colocar los intereses de otros por encima de los suyos? ¿Debe el hombre buscar la felicidad – o el auto-sacrificio?


No es necesario que muestre las distintas consecuencias de estos dos grupos de respuestas. Puedes verlas en todas partes – dentro de ti y a tu alrededor.

Las respuestas dadas por la ética determinan cómo el hombre debe tratar a otros hombres, y esto determina la cuarta rama de la filosofía: la política, que define los principios de un sistema social apropiado. Como ejemplo de la función de la filosofía, la filosofía política no le dirá cuál va a ser tu racionamiento de gasolina en qué día de la semana – te dirá si el gobierno tiene derecho a imponer cualquier racionamiento sobre cualquier cosa.

La quinta y última rama de la filosofía es la estética, el estudio del arte, que se basa en metafísica, epistemología y ética. El arte se ocupa de las necesidades – el reabastecimiento – de la consciencia del hombre.

Algunos de vosotros podríais decir, como hace mucha gente: "¡Ah, yo nunca pienso en términos tan abstractos – yo quiero ocuparme de problemas concretos, específicos, de la vida real – ¿para qué necesito filosofía?" Mi respuesta es: Para que puedas ocuparte de problemas concretos, específicos, de la vida real – o sea, para que puedas vivir en la tierra.

Puedes afirmar – como hace la mayoría de la gente– que tú nunca has sido influenciado por la filosofía. Te voy a pedir que cuestiones esa afirmación. ¿Alguna vez has pensado o dicho lo siguiente?: "No estés tan seguro – nadie puede estar seguro de nada". Esa noción la tomaste de David Hume (y de muchos, muchos otros), aunque ni siquiera hayas oído hablar de él. O: "Esto puede ser bueno en teoría, pero no funciona en la práctica". Eso lo tomaste de Platón. O: "Fue un acto horrible, pero es sólo humano, nadie es perfecto en este mundo". Lo tomaste de San Agustín. O: "Puede ser verdad para ti, pero no es verdad para mí". Lo tomaste de William James. O: "¡No pude evitarlo! ¡Nadie puede evitar nada de lo que hace!". Lo tomaste de Hegel. O: "No puedo demostrarlo, pero siento que es verdad". Lo tomaste de Kant. O: "Es lógico, pero la lógica no tiene nada que ver con la realidad". Lo tomaste de Kant. O: "Es malo, porque es egoísta". Lo tomaste de Kant. ¿Has oído a los activistas modernos decir: "Actúa primero, piensa después?" Lo tomaron de John Dewey.

Algunas personas podrían responder: "Por supuesto, he dicho esas cosas en momentos diferentes, pero no tengo por qué creer esas cosas todo el tiempo. Puede haber sido verdad ayer, pero no es verdad hoy". Lo tomaron de Hegel. Podrían decir: "La consistencia es el duende de las mentes pequeñas". Lo tomaron de una mente muy pequeña, Emerson. Podrían decir: "Pero, ¿uno no puede ceder y tomar prestadas ideas diferentes de filosofías diferentes de acuerdo a la conveniencia del momento?" Lo tomaron de Richard Nixon – quien lo tomó de William James.


Ahora pregúntate: si no estás interesado en las ideas abstractas, ¿por qué tú (y el resto de los hombres) te sientes obligado a usarlas? El hecho es que las ideas abstractas son integraciones conceptuales que engloban un número ilimitado de concretos – y que sin ideas abstractas no serías capaz de tratar con problemas concretos, específicos, de la vida real. Estarías en la situación de un recién nacido, para quien cada objeto es un fenómeno único y sin precedentes. La diferencia entre su estado mental y el tuyo radica en el número de integraciones conceptuales que tu mente ha realizado.

No tienes opción en cuanto a la necesidad de integrar tus observaciones, tus experiencias y tu conocimiento, en ideas abstractas, es decir, en principios. Tu única opción es si estos principios son verdaderos o falsos, si representan tus convicciones conscientes y racionales – o un revoltijo de nociones pilladas al azar, cuyas fuentes, validez, contexto y consecuencias desconoces, nociones que, muy probablemente, largarías sin ceremonias si las conocieses.

Pero los principios que aceptas (consciente o inconscientemente) pueden chocar o contradecirse entre sí; ellos, también, tienen que ser integrados. ¿Qué los integra? La filosofía. Un sistema filosófico es una visión integrada de la existencia. Como ser humano, no tienes opción sobre el hecho de que necesitas una filosofía. Tu única opción es si defines tu filosofía a través de un proceso consciente, racional y disciplinado de pensamiento, y una deliberación escrupulosamente lógica – o dejas que tu subconsciente acumule un montón de conclusiones injustificadas, generalizaciones falsas, contradicciones indefinidas, proverbios sin digerir, deseos sin identificar, dudas y temores, mezclados por casualidad, pero integrados por tu subconsciente en una especie de filosofía incongruente y fundidos en una única y sólida tara: la duda en ti mismo, como bola y cadena en el lugar donde las alas de tu mente deberían haber crecido.

Podrías decir, como hace mucha gente, que no es siempre fácil actuar bajo principios abstractos. No, no es fácil. Pero, ¿cuánto más difícil es tener que actuar sobre ellos sin saber lo que son?

Tu subconsciente es como un ordenador – un ordenador más complejo de cualquiera que los hombres puedan construir – y su principal función es la integración de tus ideas. ¿Quién lo programa? Tu mente consciente. Si fallas, si no alcanzas convicciones firmes, tu subconsciente queda programado por la casualidad – y te entregas al poder de unas ideas que no sabes que has aceptado. Pero de una manera u otra, tu ordenador te da informes, cada día y cada hora, en forma de emociones – que son estimativas relámpago de las cosas a tu alrededor, calculadas de acuerdo a tus valores. Si programaste tu ordenador con el pensamiento consciente, conoces la naturaleza de tus valores y de tus emociones. Si no lo hiciste, no la conoces.

Muchas personas, especialmente hoy, afirman que el hombre no puede vivir sólo por la lógica, que hay que considerar el elemento emocional de su naturaleza, y que ellos se dejan guiar por sus emociones. Bueno, lo mismo hizo el astronauta de mi historia. Quien lo paga es él – y ellas: los valores y las emociones del hombre son el resultado de su visión fundamental de la vida. El programador final de su subconsciente es la filosofía – la ciencia que, según los emocionalistas, es impotente para influenciar o penetrar los tenebrosos misterios de sus emociones.

La calidad de lo que sale de un ordenador, su "output", está determinado por la calidad de lo que entra en él, su "input". Si tu subconsciente está programado por el azar, lo que él produzca tendrá las mismas características. Probablemente has oído el elocuente término que usan los analistas de informática: "GIGO" ("Garbage-In, Garbage-Out") – o sea, "Entra basura, sale basura". La misma fórmula se aplica a la relación entre el pensamiento de un hombre y sus emociones.

Un hombre que se deja llevar por sus emociones es como un hombre que se deja guiar por un ordenador cuyos informes no puede leer. Él no sabe si su programación es verdadera o falta, correcta o incorrecta, si le está llevando al éxito o a la destrucción, si sirve a sus objetivos o a los de algún poder maléfico e incognoscible. Está ciego en dos frentes: ciego al mundo que le rodea y ciego a su propio mundo interior; no es capaz de captar ni la realidad ni sus propios motivos, y vive con un terror crónico de ambos. Las emociones no son herramientas de conocimiento. Los hombres que no están interesados en filosofía son los que más urgentemente la necesitan: ellos son los que están más desesperadamente en su poder.

Los hombres que no están interesados en filosofía absorben sus principios de la atmósfera cultural que les rodea – de escuelas, universidades, libros, revistas, periódicos, películas, televisión, etc. ¿Quién establece el tono de una cultura? Un pequeño puñado de hombres: los filósofos. Los otros siguen su ejemplo, ya sea por convicción o por defecto. Desde hace unos doscientos años, bajo la influencia de Immanuel Kant, la tendencia dominante de la filosofía ha sido enfocada a un único objetivo: la destrucción de la mente del hombre, de su confianza en el poder de la razón. Hoy estamos viendo el clímax de esa tendencia.

Cuando los hombres abandonan la razón, descubren no sólo que sus emociones no pueden guiarles, sino que no pueden sentir ninguna emoción excepto una: terror. El aumento de la adicción a la droga entre jóvenes educados a la moda intelectual de hoy, muestra el insoportable estado interior de hombres que han sido privados de sus medios de conocimiento y que buscan escapar de la realidad – del terror de su propia impotencia para hacerle frente a la existencia. Observad el temor de estos jóvenes a la independencia, y su frenético deseo de "pertenecer", de juntarse a algún grupo, pandilla o banda. La mayoría de ellos nunca ha oído hablar de filosofía, pero sienten que necesitan respuestas fundamentales a preguntas que no se atreven a formular – y esperan que la tribu les diga cómo vivir. Ellos están listos para ser conquistados por cualquier hechicero, gurú, o dictador. Una de las cosas más peligrosas que un hombre puede hacer es cederle su autonomía moral a los demás: como el astronauta de mi historia, él no sabe si son humanos, aunque anden sobre dos pies.


Ahora puedes preguntar: Si la filosofía puede ser tan malvada, ¿por qué tiene uno que estudiarla? En particular, ¿por qué tendría uno que estudiar teorías filosóficas que son descaradamente falsas, no tienen ningún sentido, y no guardan ninguna relación con la vida real?

Mi respuesta es: Para tu propia protección – y para defender la verdad, la justicia, la libertad, y cualquier valor que hayas podido tener o puedas tener algún día.


No todas las filosofías son malvadas, aunque hay demasiadas que lo son, sobre todo en la historia moderna. Por otra parte, en la raíz de todo logro civilizado, como la ciencia, la tecnología, el progreso, la libertad – en la raíz de todos los valores que hoy disfrutamos, como el nacimiento de este país – encontrarás el logro de un solo hombre, que vivió hace más de dos mil años: Aristóteles.

Si lo único que sientes es aburrimiento cuando lees las teorías prácticamente incomprensibles de algunos filósofos, coincido totalmente contigo. Pero si las descartas completamente, diciendo: "¿Por qué tengo que estudiar esas cosas cuando que son tonterías?" – estás equivocado. Son tonterías, pero tú no lo sabes– no lo sabes mientras continúes aceptando todas sus conclusiones, todas esas monstruosas "frases hechas" que han producido estos filósofos. Y no puedes dejar de hacerlo mientras seas incapaz de refutarlas.

Esas tonterías tratan de los asuntos más cruciales, cuestiones de vida o muerte de la existencia del hombre. En el fondo de cualquier teoría filosófica significativa existe un tema legítimo – en el sentido de que la consciencia del hombre tiene necesidades reales, las cuales algunas teorías intentan clarificar y otras intentan ofuscar y corromper para impedir que el hombre jamás las descubra. La batalla de los filósofos es una batalla por la mente del hombre. Si no entiendes sus teorías, eres vulnerable a lo peor de ellas.

La mejor forma de estudiar filosofía es abordarla como uno aborda una novela de misterio: sigue cualquier pista, rastro e implicación, para poder descubrir quién es un asesino y quién es un héroe. El criterio de detección son dos preguntas: ¿Por qué? y ¿Cómo? Si un principio dado parece ser cierto – ¿por qué? Si otro parece ser falso – ¿por qué? y ¿cómo defiende su posición? No vas a encontrar todas las respuestas de inmediato, pero vas a adquirir una característica muy valiosa: la capacidad de pensar en términos de lo esencial.

Nada le es dado al hombre automáticamente, ni conocimiento, ni confianza en sí mismo, ni serenidad interior, ni la forma correcta de usar su mente. Cada valor que necesita o que quiere tiene que ser descubierto, aprendido y adquirido – incluso la postura correcta de su cuerpo. En este contexto, quiero decir que siempre he admirado la postura de los graduados de West Point, una postura que proyecta al hombre en control orgulloso y disciplinado de su cuerpo. Pues bien, el entrenamiento filosófico le da al hombre la postura intelectual adecuada – un control orgulloso y disciplinado de su mente.

En vuestra propia profesión, en la ciencia militar, vosotros sabéis la importancia de seguirles la pista a las armas, estrategia y tácticas del enemigo – y de estar listos para contrarrestarlas. Lo mismo es verdad en filosofía: tenéis que entender las ideas del enemigo y estar preparados para refutarlas, tenéis que conocer sus argumentos básicos y ser capaces de demolerlos.

En la guerra física, no enviarías a tus hombres a caer en una emboscada: harías todo lo posible por descubrir su ubicación. Pues bien, el sistema de Kant es la emboscada más grande y más compleja en la historia de la filosofía – pero está tan llena de fallos que una vez que captas su artimaña puedes desactivarla sin ningún problema y seguir caminando por encima de ella con total seguridad. Y, una vez desactivada, los kantianos de segunda clase – los rangos inferiores de su ejército de filósofos, los sargentos, los soldados rasos, los mercenarios de hoy – caerán por su propio peso (por su propia falta de peso), en una reacción en cadena.

Hay una razón especial por la que vosotros, los futuros líderes del Ejército de los Estados Unidos, debéis estar filosóficamente armados hoy. Vosotros sois el blanco de un ataque especial por el sistema kantiano-hegeliano-colectivista que domina nuestras instituciones culturales en la actualidad. Vosotros sois el ejército del último país semi-libre que queda en la tierra, y aún así se os acusa de ser un instrumento del imperialismo – y "imperialismo" es el nombre que se le da a la política exterior de este país, que nunca inició conquistas militares y no se aprovechó de las dos guerras mundiales, las cuales él no inició, aunque participó y las ganó. (Fue, por cierto, una política absurdamente generosa lo que hizo a este país derrochar su riqueza en ayudas tanto a sus aliados como a sus antiguos enemigos.) A algo que llaman "el complejo militar-industrial" – que es un mito o algo peor – es a lo que se culpa por todos los males de este país. Matones universitarios gritan demandando que las unidades militares estén prohibidas de entrar en las universidades. Nuestro presupuesto de defensa está siendo atacado, denunciado y minado por gente que proclama que hay que darle prioridad financiera a jardines de rosas ecológicos y a clases de auto-expresión estética para residentes de barrios pobres.

Algunos de vosotros tal vez estéis desconcertados por esta campaña y preguntándoos, de buena fe, qué error habéis cometido para llegar a esto. Si es así, es de extrema urgencia que entendáis la naturaleza del enemigo. Estáis siendo atacados, no por vuestros errores o defectos, sino por vuestras virtudes. Estáis siendo denunciados, no por vuestras debilidades, sino por vuestra fuerza y vuestra competencia. Estáis siendo penalizados por ser los protectores de los Estados Unidos. A un nivel inferior del mismo tema, un tipo de campaña similar se está llevando a cabo contra la policía. Los que tratan de destruir este país están tratando de desarmarlo – intelectual y físicamente. Pero no es una mera cuestión política; la política no es la causa, sino la consecuencia última de las ideas filosóficas. No se trata de una conspiración comunista, aunque algunos comunistas pueden estar participando – como gusanos aprovechándose de un desastre que no tuvieron el poder de causar. La motivación de los destructores no es el amor al comunismo, sino el odio a los Estados Unidos. ¿Por qué odio? Porque Estados Unidos es la refutación viviente del universo kantiano.

La empalagosa preocupación actual por el débil, el deficiente, el que sufre, el culpable, es un tapujo para enmascarar el odio profundamente kantiano por el inocente, el fuerte, el capaz, el triunfador, el virtuoso, el seguro de sí mismo, el feliz. Una filosofía empeñada en destruir la mente del hombre es necesariamente una filosofía de odio por el hombre, por la vida del hombre, y por todo valor humano. El odio de lo bueno por ser bueno, es el sello distintivo del siglo XX. Este es el enemigo que estás enfrentando.

Una batalla de este tipo requiere armas especiales. Tiene que ser combatida con total entendimiento de tu causa, una total confianza en ti mismo, y la más plena certeza de la rectitud moral de ambas. Sólo la filosofía puede proporcionarte esas armas.

La tarea que me propuse para hoy no fue convenceros de mi filosofía, sino de filosofía como tal. Sin embargo, he estado hablando implícitamente de mi filosofía en cada frase – ya que ninguno de nosotros y nada de lo que digamos puede escapar de premisas filosóficas. ¿Cuál es mi interés egoísta en el asunto? Estoy lo suficientemente segura para pensar que si aceptáis la importancia de la filosofía y la tarea de examinarla críticamente, será mi filosofía la que aceptaréis. Formalmente, la llamo Objetivismo, pero informalmente la llamo una filosofía para vivir en la tierra. Encontraréis una presentación explícita de ella en mis libros, sobre todo en La Rebelión de Atlas.

Para concluir, permitidme que hable en términos personales. El evento de esta noche significa mucho para mí. Me siento profundamente honrada por la oportunidad de dirigirme a vosotros. Puedo decir – no como un bromuro patriótico, sino con pleno conocimiento de las raíces metafísicas, epistemológicas, éticas, políticas y estéticas necesarias – que los Estados Unidos de América es el más grandioso, el más noble y, en sus principios fundadores originales, el único país moral en la historia del mundo. Hay una especie de aura de tranquilidad asociada en mi mente con el nombre de West Point – porque habéis conservado el espíritu de los principios fundadores originales y sois su símbolo. Había contradicciones y omisiones en esos principios, y puede haber en los vuestros – pero estoy hablando de la esencia. Puede que algunos individuos en vuestra historia no estuvieran a la altura de vuestros más altos estándares – como pasa en cualquier institución – puesto que ninguna institución y ningún sistema social puede garantizar la perfección automática de cada uno de sus miembros; eso depende del libre albedrío del individuo. Estoy hablando de vuestros estándares. Habéis conservado tres cualidades de carácter que eran típicos en la época del nacimiento de América pero que prácticamente han desaparecido hoy: seriedad – dedicación – sentido del honor. Honor es autoestima hecha visible en acción.

Habéis elegido arriesgar vuestras vidas por la defensa de este país. No voy a insultaros diciendo que estáis dedicados a un servicio desinteresado – eso no es virtud en mi moralidad. En mi moralidad, la defensa del propio país significa que un hombre está personalmente opuesto a vivir como el esclavo conquistado de cualquier enemigo, sea extranjero o nacional. Esa es una enorme virtud. Algunos puede que no seáis conscientes de ello. Quiero ayudaros a daros cuenta de eso.

El ejército de un país libre tiene una gran responsabilidad: el derecho a usar la fuerza, pero no como instrumento de coacción y de conquista bruta – como han hecho los ejércitos de otros países en sus historias – sino sólo como instrumento para la defensa propia de una nación libre, lo que significa: la defensa de los derechos individuales del hombre. El principio de usar la fuerza sólo en represalia contra los que inician su uso, es el principio de la subordinación del poder al derecho. Para esa tarea se requieren la más alta integridad y sentido del honor. Ningún otro ejército en el mundo lo ha conseguido. Vosotros sí.

West Point le ha dado a América una larga lista de héroes, conocidos y desconocidos. Vosotros, los graduados de este año, tenéis una gloriosa tradición que mantener – la cual admiro profundamente, no por ser una tradición, sino por ser gloriosa.

Como llegué de un país culpable de la peor tiranía en la tierra, me siento especialmente capacitada para apreciar el significado, la grandeza y el valor supremo de lo que estáis defendiendo. Así, en mi propio nombre y en el nombre de los muchos que piensan como yo, os quiero decir, a todos los hombres de West Point, pasados, presentes y futuros: Gracias.


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Traducción: Objetivismo.org
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Discurso a los cadetes diplomados de la 
Academia Militar de Estados Unidos en West Point
Nueva York, 6 de marzo de 1974 (oir audio con subtítulos)
por Ayn Rand