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Pero la moralidad del sacrificio, ¿no contiene alguna
enorme "doble moralidad" escondida? Como Ayn Rand pregunta en La Rebelión de Atlas (y todas las citas
que siguen serán de la novela a menos que se indique lo contrario):
"¿Por
qué es moral servir la felicidad de otros, pero no la tuya propia?
¿Por qué es
inmoral producir y guardar un valor, pero moral regalarlo?
Y si no es moral el que tú guardes un valor,
¿por qué es moral que otros
lo acepten? Si tú eres desinteresado y virtuoso cuando lo das, no son
ellos egoístas y malvados cuando lo reciben? ¿Consiste
la virtud en
servir al vicio? ¿Es el objetivo de los que son buenos la auto- inmolación
a aquellos que son malos?"
¿Cuál
es la respuesta del Sermón de la Montaña a estas preguntas? Citando otra vez de
Atlas:
"La
respuesta monstruosa es: No, los que
reciben no son malos, siempre
y cuando no se hayan ganado el valor que les
diste. No es inmoral que ellos
lo acepten siempre y cuando sean incapaces de
producirlo, incapaces de
merecerlo, incapaces de darte algún valor a
cambio".
¿Por qué, por ejemplo, no
tienen las empresas farmacéuticas el derecho a venderles sus inventos a quien
quiera comprarlos? Porque fueron las empresas las que los inventaron.
¿Por qué nosotros, el
público, a través del FDA, tenemos el derecho a dictar qué drogas estas
empresas pueden o no vender, cómo tienen que investigar, probar,
fabricar y etiquetar los medicamentos, para qué usos las drogas pueden ser
prescritas, y quién puede comprarlas? ¿Qué nos da este increíble poder? El hecho que nosotros no inventamos las drogas.
¿O por qué un empleado no tiene derecho a invertir todos
sus ingresos de la forma que él considere mejor para su vejez? Porque él ganó el dinero. ¿Y por qué nosotros, el público, tenemos derecho a
tomar parte de su sueldo, empaquetarlo en un así llamado "esquema de seguros", y
regalárselo a quien sea que supuestamente lo necesite? Porque
nosotros no ganamos el dinero.
"Tal es la esencia secreta de vuestro credo, la otra
mitad de vuestro doble
criterio: es inmoral vivir por tu propio
esfuerzo, pero moral vivir por el
esfuerzo de otros; es inmoral consumir tu
propio producto, pero moral
consumir el producto de otros; los parásitos
son la justificación moral de
la existencia de los productores, pero la
existencia de los parásitos es un fin
en sí misma".
Si
queréis sólo un ejemplo actual para fijar en vuestra mente la espantosa esencia
de la moralidad del sacrificio y lo que le hace a la auto-estima, considerad la
respuesta de los EE.UU. al 11 de Septiembre.
Cuando las torres gemelas fueron derrubadas, muchas personas en el Oriente Medio bailaron en las calles. Pero otros no; aunque simpatizaban con los juerguistas,
intentaron ocultar la celebración; les preocupaba que los ataques habían ido
demasiado lejos esta vez, y que América se negaría a sufrir tal ultraje. Les
preocupaba que nuestra auto-estima no
estaba totalmente estrangulada y que su regodeo la reavivaría. Les preocupaba
nuestra indignación y nuestra ira.
Y
había algunos indicios de esto por parte del pueblo estadounidense. Había una cierta rabia y un cierto deseo de venganza. La gente quería que Bush hiciese algo. Respondiendo al
estado de ánimo del país, el gobierno prometió una campaña de "Conmoción y Asombro",
y aplicar la "Justicia Infinita".
Pero entonces, sin duda, Bush
se preguntó "¿Qué haría Jesús?" Trágicamente, esa era una de las
pocas preguntas a las que Bush sabía la respuesta.
La operación "Justicia Infinita" tuvo un cambio de nombre.
Atrás quedó la extracción de Justicia, sustituida
por el objetivo de llevar democracia al Oriente Medio para que sus habitantes
pudieran elegir a quien quisieran, asesinos
categóricamente no excluidos. Una campaña de conmoción y asombro aún se materializó, pero no
en la forma originalmente concebida.
Imaginad
la increíble conmoción de los guerreros islámicos y sus numerosos seguidores, cuando
se dieron cuenta que no eran bombas americanas lo que caía sobre sus cabezas, sino
paquetes de lentejas, sopa de cebada, galletas, manteca de maní y mermelada de fresa,
junto con el mensaje: "Esto es un regalo de alimentos del pueblo de los Estados
Unidos de América".
Imaginaos el asombro que deben
haber sentido acerca de su propio poder. Habían
atacado al Pentágono y derribado las torres gemelas, y esto les había traído, no
soldados americanos empeñados en su destrucción total, sino soldados americanos
empeñados en la reconstrucción de sus hospitales y mezquitas, en llevarles el
voto – mientras que jóvenes soldados morían en el proceso.
Estamos
demostrándole a esa gente que los mansos heredarán la tierra y que bienaventurados,
ciertamente, son los pobres de espíritu.El poder que estos asesinos sienten es real: les ha sido concedido por la moralidad
del sacrificio.
El Sermón de la Montaña y todas sus variantes a través de los
siglos, La Rebelión de Atlas muestra,
es una moralidad de la maldad y para la maldad, pero tiene un defecto fatal: Necesita
que sus víctimas la acepten.
"Vi que
el enemigo era una moral invertida – y que mi sanción era su único
poder. . . . Vi que llega un momento, en la
derrota de cualquier hombre virtuoso,
en que su propio consentimiento es necesario para
que el mal triunfe. . . . Vi que
podía poner fin a vuestras iniquidades
pronunciando una sola palabra en mi
mente. La pronuncié. La palabra fue: ´NO´".
Este es el comienzo
de la declaración que hace Ayn Rand sobre la independencia moral. Para
ganarse la propia independencia moral, uno primero tiene que decirle NO al corrupto
ideal del sacrificio. Uno tiene que rechazar como indeciblemente malvada
cualquier moralidad que exige sacrificios, sea el sacrificio de tus valores a
la desgracia o irracionalidad de otros, o el sacrificio de sus valores a tu desgracia o irracionalidad.
Sea un pariente exigiendo una atención que no se merece,
o el más reciente régimen de asistencia sanitaria de Washington, que promete
darnos algo a cambio de nada, explotando a los ricos, uno tiene que decir NO. En el momento que el bien exige víctimas, deja de ser el
bien.
Para ganarse la independencia moral, uno debe defender el
derecho moral del individuo a existir – empezando con el de uno mismo. Tú tienes el derecho a existir, un derecho moral a tu propia vida
y a tratar de alcanzar la felicidad en tus días y años. Nadie tiene el derecho moral a exigir que tú obtengas su
permiso para existir, teniendo que
servilmente satisfacer sus necesidades y protegerlo de sus propios defectos. Nadie
tiene ninguna reivindicación sobre tu vida. En el
momento que alguien comienza a blandir su dolor, o su necesidad, o sus fallos, proclamando
que son éstos los que le dan derecho a tus valores, se está excluyendo de
cualquier consideración moral.
Los Padres Fundadores entendieron,
políticamente, que nadie tiene derecho a tu vida en virtud de su real o
supuesta superioridad. Ni sacerdote,
ni rey, ni aristócrata, ni la mayoría adquiere derecho a tu vida en virtud de
su superior posición social, visiones místicas, antepasados, riqueza o números.
Lo que debe ser captado ahora, moralmente, es que nadie tiene
derecho a tu vida en virtud de su real o supuesta inferioridad. Nadie adquiere un derecho moral sobre tu vida en
virtud de su inferior riqueza, poder, felicidad, inteligencia, capacidad,
conocimiento o juicio. Lo
que esto significa es que tu estatura moral no está a merced de alguien que
haya fracasado, o que tal vez ni siquiera se haya molestado en procurar su
propio seguro de salud o su jubilación.
Políticamente, la Declaración
de Independencia nos enseñó a rechazar la noción de una servidumbre inmerecida.
Moralmente, La
Rebelión de Atlas nos enseña a rechazar la noción de una culpa inmerecida.